Almas tenues, artículo para Jot Down 15 JosepLapidario
Ya está disponible en tiendas y online el Jot Down trimestral #15, un especial fantasmas en el que he colaborado hablando de espectros japoneses. Traigo aquí un extracto del texto, a ver qué os parece. Y comprad la revista, que trae de todo… Vlad Tepes, Kanye West, Diocleciano, Slender Man, Peter Pan, Darth Maul, el hombre alto, rutas por cementerios, espectros de la infancia. música fantasmal y entrevistas a Carlos Saura, Valerie Miles, Antonio de la Torre y Muhammad Al Yakoubi (un ulema suní que se opone al ISIS)… Os dejo con el arranque de mi texto niponófilo.
Almas tenues
El japonés es el lenguaje de la ambigüedad calculada; toda palabra en ese idioma encierra un mar de matices. Tomemos yūrei (幽 霊), por ejemplo, que suele traducirse como “fantasma”. Su primer carácter, 幽, puede significar tenue, borroso, oscuro, encerrado, recluido… El segundo, 霊, transmite la idea de alma, espíritu, conciencia. ¿Qué es entonces un yūrei? ¿Un espíritu desvaído? ¿Una conciencia atrapada? Algo peor, en realidad. Un alma tenue.
En un párrafo memorable de El laberinto de hierba, Izumi Kyōka escribe que las almas tenues nos rodean constantemente, habitando el espacio inaccesible entre parpadeo y parpadeo. Sombras que emergen únicamente cuando cerramos los ojos, como el proverbial árbol que cae en el bosque sin que nadie perciba el ruido que causa. Solo a veces, al sentir que algo inexpresable no encaja en el engranaje del mundo, abreviamos un fatídico parpadeo, abrimos los ojos antes de tiempo… Y vemos nuestra propia alma tenue, como un reflejo borroso en un espejo oxidado, presidiendo un cónclave de yūrei.
¿No me creen? ¿Les intimida la idea de que el primer y más importante yūrei con el que debemos tratar sea nuestra propia alma tenue? No es una idea descabellada. No hace falta estar muerto para convertirse en fantasma. La mitología japonesa incluye historias de ikiryō, espíritus que abandonan temporalmente un cuerpo vivo al sentir una emoción irreprimible… En el Genji Monogatari, una de las novelas más antiguas de la historia, se narra cómo una dama de la corte se convierte dos veces en ikiryō sin ser consciente de ello, enviando a su sombra encarnada para atormentar a otras mujeres que ve como competidoras… Como la Melisandre de Canción de Hielo y Fuego. Y es que no es necesario morirse para sentirse muerto. Hay muchos caminos que llevan a la muerte en vida.
Cuando los celos destiñen el alma
En uno de esos juegos de palabras involuntarios que las homofonías japonesas regalan al mundo, el verbo yaku puede escribirse 焼く y significar “cocer”, o 妬くcon el sentido de “estar celoso. ¿No resulta especialmente apropiada esa relación entre los celos y la cocción a la parrilla? ¿No sentimos el corazón chamuscado y ennegrecido si nos vencen las dudas o la envidia?
Los celos son una implacable fábrica de almas tenues, en particular onryōs, espectros rencorosos nacidos del odio de alto octanaje. Mi historia favorita al respecto la recoge Lafcadio Hearn en Ingwa-banashi, el mejor cuento de En el Japón espectral. La esposa de un señor feudal agoniza tras una larga enfermedad, y no puede afrontar la idea de que la joven concubina Yukiko la sustituya. Débilmente, pide como último deseo que la amable Yukiko la lleve a cuestas al jardín, donde poder ver por última vez los cerezos en flor. La joven accede y se carga a la moribunda sobre los hombros. E inmediatamente la esposa ríe, aferra con ambas manos los pechos de la concubina y muere. Resulta imposible sacar el cadáver de encima de la pobre Yukiko: las palmas y los senos se han fundido inseparablemente. Un médico holandés amputa las manos de la muerta a la altura de las muñecas, e inmediatamente se resecan y ennegrecen sin despegarse ni perder un ápice de fuerza. Cada noche, a la hora del buey (entre la una y las tres de la mañana, hora propicia para lo sobrenatural) las manos retuercen, chafan, arañan y comprimen los pechos de Yukiko, causándole un dolor insoportable. La cortesana se rapa el pelo y se hace monja, dedicando el resto de sus días a rezar por el descanso del espectro que la atormenta. No lo consigue. No suele haber final feliz para las almas tenues ni sus víctimas.
(¿No se vuelve tenue nuestra alma viva cada vez que somos incapaces de confiar en los que nos rodean? ¿No nos destruye la incapacidad para reconocer que no somos en realidad imprescindibles? ¿No dejamos que nuestras emociones se cuezan a fuego lento en nuestro interior hasta rebosar en géiseres rabiosos? ¿No viven nuestras almas tenues sus propios días de furia?)
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