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El hombre jazmín, de Unica Zürn

Durante el último encuentro del Club de Lectura Atroz comentamos una pequeña maravilla sugerida por Francisco J. Pérez: El hombre jazmín, de la escritora y artista Unica Zürn. Antes de continuar, recuerdo qué entendemos en ese club por libro atroz: cualquier artefacto literario extraño y radiactivo, con potencial latente para cambiar la forma de ver el mundo. 

Cuando tenía seis años, Unica soñó que atravesaba el espejo de la pared de su habitación, como Alicia, y entraba en una pequeña casa al final de una avenida de álamos. Subía una escalera, entraba en una habitación y cogía una pequeña tarjeta blanca que reposaba sobre una mesa de madera. En esa tarjeta había nombre, una palabra que hubiera dado sentido al mundo, pero la niña despertó justo antes de poder leerla. Durante su infancia, que fue bastante difícil (tengo pendiente leer Primavera sombría a este respecto), Unica imagina un hombre luminoso y blanco, un hombre jazmín que la hipnotiza, guía y protege. Décadas más tarde reconocerá aspectos de ese hombre jazmín en el fotógrafo Hans Bellmer, con quien mantuvo una relación tormentosa que luego comentaré, y en el poeta Henri Michaux, cuyas iniciales H.M. aparecerán a menudo en sus textos junto a referencias a Herman Melville.  

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Al cumplir los cuarenta, Unica empezó a experimentar brotes delirantes cada vez más intensos. No está claro si se trataba de esquizofrenia o trastorno bipolar con episodios psicóticos; no soy especialista en la materia así que no me mojaré al respecto. El hombre jazmín es un diario autobiográfico, un testimonio vital de los ciclos de su enfermedad mental narrado con una combinación delicadísima de lírica y realismo. El diario está escrito en una sencilla y directa tercera persona, como si le fuera necesario a la autora ese ligero distanciamiento o disociación. Del mismo modo que Moscú-Petushkí, el gran libro beodo de Venedikt Erofeiev, deja a cualquier lector con resaca y un leve mareo alcohólico, El hombre jazmín provoca una cierta ofuscación o inquietud, al retratar de forma tan creíble, sincera y directa el día a día de una enfermedad mental. “Unos cuantos días fabulosos, unas cuantas noches con las estremecedoras experiencias de la alucinación, una breve euforia, la sensación de ser extraordinaria, y después la caída, la realidad, el desengaño”. Su vida transcurre en el filo de la navaja, en la estrecha franja que dejan los períodos de manía incapacitante y los de depresión paralizadora.

Las páginas en que Unica se pierde por las calles de Berlín en plena crisis son brillantes, luminosas, poéticas; vemos en ellas cómo un sistema propio de símbolos y significados sustituye a nuestra realidad consensuada. Parar un coche que atraviesa la calle demasiado rápido implica parar la guerra en el mundo, regar una piedra puede hacer brotar el árbol del pan que alimentará a los desposeídos, el alma de Berlín cabe en el vientre de una embarazada. Cuando Unica sigue las indicaciones que el universo le dedica en exclusiva, acaba bailando en una hermosísima pantomima en la que imita a varios animales o descifrando los secretos de los números. En cierto momento parece hasta desperezar su Kundalini: “la espina dorsal se le convierte en serpiente”. Retenida en la comisaría en plena crisis, Unica le pide a un amable policía un vaso de agua. Cuando lo recibe, procede inmediatamente a volcarlo sobre la cabeza del poli, sin rabia ni agresividad sino con la delicadeza con que se riega una planta joven. Un acto dadaísta completamente puro, no fruto de un cálculo artístico sino de una iluminación interior…

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Pero cuando la realidad consensuada se acaba imponiendo, el péndulo entre la manía y el abatimiento no tarda en empujarla al desánimo. Zürn entra y sale de varios manicomios y casas de reposo en Berlín y París. Allí la medicación le elimina el delirio, pero la aboca a una horrible depresión menos ruidosa aunque más comprensible socialmente. El estilo de El hombre de jazmín cambia entonces muy suavemente de la lírica alucinatoria al naturalismo realista, en un entorno de camisas de fuerza, gritos y desconcierto. En sus propias palabras: “la lucha del medicamento contra el delirio, esa brevísima fase de la locura que es lo único que merece la pena porque trae consigo nuevas experiencias, esa lucha la gana enseguida el medicamento. Pero otra cosa es hacer desaparecer la gran depresión”. Su locura (llámese neurodiversidad, llámese desvarío) le sirve como puerta de acceso a lo imposible, a la imaginación ilimitada, a la energía vital. Escribe Zürn: “si alguien le hubiera dicho que tenía que volverse loca para tener esas alucinaciones, no habría tenido inconveniente en enloquecer. Sigue siendo lo más asombroso que ha vivido nunca”.

Sin embargo, aunque la solución química no sea la más adecuada y la visión que da Unica de manicomios y psiquiatras no es especialmente positiva, es también evidente que algún tipo de acompañamiento y anclaje externo en la realidad necesita una persona en pleno arrebato de delirio. Una escena se me ha quedado grabada como ejemplo de desvalimiento máximo: durante su vagabundeo por las calles de Berlín, Unica lanza su pasaporte en un buzón de correos y se queda allí esperando la respuesta que intuye llegará en cualquier momento.  

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Para intentar en vano no acabar en comisaría, utiliza a sus amigos como criterio de verdad sobre sus alucinaciones: “esto lo han visto también otras personas, así que es cierto”. Y a veces sus desvaríos la ponen en peligro: durante una pantomima hermosa y escalofriante, su voz interior le ordena que imite a un escorpión clavándose el aguijón en el plexo solar, un suicidio espiritual que la llena de tristeza… En otro momento intenta ahorcarse hasta que la mirada indiferente y orgullosa de dos gatos le hace abandonar sus planes (ah, los gaticos, salvando vidas desde el Antiguo Egipto). Finalmente Unica Zürn acabaría lanzándose por un balcón con cincuenta y cuatro años, ante la mirada horrorizada de un paralítico Hans Bellmer…

Ya que hablamos de Bellmer: es muy conocida la serie de fotografías Unica tied up, en que aparece atada con finísimas cuerdas… Cuando se conocieron ella y Bellmer chocaron dos trenes paralelos de obsesión: el fotógrafo que soñaba con retratar muñecas articuladas y la poeta que recibía órdenes hipnóticas de un titiritero invisible. Su relación no fue bien vista en su época (un psiquiatra definió a Bellmer como “un tipo asqueroso”) y aún es observada con desconfianza hoy en día, pero yo lo que veo en ella es más complementariedad, por tormentosa que fuera en ocasiones, que destructividad.

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En cualquier caso, una de las soluciones que encontró Unica para activarse en sus momentos depresivos post-desvarío fue volcar sus experiencias en el arte. Como dibujante resulta sugestiva y maravillosa. Sus dibujos cargados, múltiples y retorcidos le servían de puente hacia la vida y el más allá: “yo deseaba seguir dibujando más allá de los límites del papel, hasta el infinito…”. Su delirio realimentaba su arte: no creo que sea casualidad el nombre de este blog que trata de “arte outsider, art brut y procesos creativos paralelos”.

Como poeta, uno de sus métodos más sugestivos era el uso de anagramas, poesías anagramáticas por ser más preciso. A partir de una frase inicial que aparecía generalmente en su mente como una llamarada repentina (EL SECRETO LO HALLARÁS EN UNA CIUDAD JOVEN), reordenaba las letras para hallar versos, un efecto que forzosamente se pierde en la traducción. También se preocupaba por el significado oculto de los  números, en particular los seises y los nueves, signos complementarios que encarnaban la vida y la muerte. En cierta manera esta obsesión por los anagramas y las cifras me recordó a Diotallevi, el personaje de El Péndulo de Foucault que juguetea con la Gematría cabalística y la recombinación del ADN de la realidad, hasta que las mutaciones del mundo que le rodea acaban afectando peligrosamente a su propio yo. Reordenar el mundo es reordenarse a uno mismo, para bien o para mal. En sus anagramas Zürn encuentra claves para comprender el universo, orientarse en el caos y, tal vez, encontrar pistas que la lleven al secreto definitivo que vislumbró en sus sueños infantiles.

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Despido esta reseña con una cita fabulosa de El hombre jazmín que sirve como recuerdo y homenaje a una mujer que accedió a una fuerza creativa potente pero letal. “Por la noche, sueña con una criatura hermosa y peligrosa: doncella y serpiente al mismo tiempo, de cabello largo. La criatura piensa en la destrucción de su entorno. Entonces, en una operación cuidadosa, la despojan de todo aquello con lo que podría provocar daños. Le quitan el cerebro, el corazón, la sangre y la lengua. Pero, ante todo, le quitan los ojos y se olvidan de quitarle el cabello. Es una equivocación, porque ahora la criatura -ciega, exangûe y muda- adquiere una fuerza tal que los que habitan su entorno sólo pueden salvarse con la huida. ¿Qué puede significar esto?”

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